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Lecciones de las jornadas de junio


Por Eduardo Molina
 

Desde mediados de mayo al 10-12 de junio, Bolivia se vio conmovida por un gigantesco proceso de movilización de masas, que derribó al Presidente Mesa y frustró el intento de la derecha de hacer a Vaca Diez presidente en Sucre, todo en medio de una aguda crisis política y duras peleas entre las distintas fracciones de la clase dominante.
Fue una nueva erupción de la lucha de clases comparable al levantamiento insurreccional de Octubre del 2003 con el que se abrió un proceso revolucionario que, como demostraron estos nuevos acontecimientos, está lejos de haberse detenido.
Ahora, con el nuevo gobierno de Eduardo Rodríguez se intenta organizar un “desvío electoral” apoyándose en la desmovilización y la tregua que Evo Morales y otros dirigentes han impuesto. Pero muchos trabajadores, campesinos y jóvenes sienten que la lucha sigue, que no hay que “bajar la guardia” y algunos se preguntan “¿qué faltó para vencer?”. Esta pregunta es clave para prepararse para nuevos combates, contra el Gobierno y las trampas electorales que pretender tejer, por la nacionalización del gas y el conjunto de las demandas obreras, campesinas, originarias y del pueblo pobre, en fin, para imponer una salida obrera y campesina a la crisis nacional. Para contestarla, hay que aprender de las lecciones de las movilizaciones de mayo y junio -que en buena medida son también las que arrojó Octubre del 2003.
Los acontecimientos de la lucha de clases que vive el país como Octubre y Junio, pueden ser vistos como “ensayos generales” de las tareas que deberán resolver la clase obrera y sus aliados en el camino de la revolución. Constituyen por eso una escuela de estrategia revolucionaria cuyas lecciones no deben ser descuidadas. Es en acontecimientos así donde se prueban los programas, estrategias, métodos de dirección política. Contra las traiciones y capitulaciones de los reformistas y nacionalistas, es preciso forjar las herramientas políticas y la organización para avanzar hacia un octubre triunfante, esto es una nueva dirección revolucionaria, un partido armado con una estrategia obrera, de lucha por el poder de las masas.
En las notas siguientes presentamos un balance de los acontecimientos desde un punto de vista marxista, para contribuir a un debate esencial entre la vanguardia obrera y popular.



1. Para vencer en la “guerra por el gas” hay que ir hasta el final

Como en Octubre del 2003, las jornadas de junio aparecieron como una nueva “guerra del gas”. Y esto no es casual. La demanda de nacionalización del gas y otras en menor grado, condensan las tareas, las tareas democráticas y nacionales, motoras de la movilización de masas que empujan a la rebelión y reclaman una solución por vía revolucionaria.

La lucha por la nacionalización del gas se ha convertido en una gran causa nacional -por razones económicas, políticas e históricas-, que condensa los problemas de la dependencia y subordinación al capital extranjero y al imperialismo en su forma más cruda: el saqueo de los recursos naturales. Es también la muestra más evidente del robo que fueron las “capitalizaciones” de las empresas y servicios públicos.

Se trata realmente de una guerra contra los grupos más poderosos y concentrados del capital financiero internacional, defendidos ferozmente por las potencias dominantes, como Estados Unidos (Amoco, Enron, Occidental, etc.), Gran Bretaña (Shell, British Petroleum) o España (Repsol) y por los gobiernos vecinos que actúan como abogados de sus propios intereses petroleros: Lula en Brasil (Petrobras) y Kirchner en Argentina (Repsol y empresas menores como Pluspetrol y Pérez Companc).

Pero la “guerra del gas” no es sino la expresión más actual de la lucha por resolver las tareas democrático-estructurales, de carácter nacional, agrario y antiimperialista, sin lo cual es imposible superar el atraso, la miseria, la humillación nacional bajo el puño imperialista.

Por ello, la cuestión de los hidrocarburos está entrelazada en las bases mismas del sistema de explotación capitalista semicolonial con otros problemas candentes: el problema de la tierra y del territorio, la secular opresión de los pueblos originarios, la injerencia imperialista en el cultivo de coca y casi todas las decisiones políticas y económicas, la deuda externa, etc.

En esta guerra de largo alcance, de un lado de la trinchera se encuentran los intereses de las petroleras, de las “capitalizadas” y de sus socios menores dentro del país. Con ellos forma filas la “Bolivia oficial y burguesa” de los empresarios, los terratenientes, los “cívicos” y la iglesia, los grandes “medios de comunicación”, los militares, tecnócratas y políticos profesionales al servicio de la burguesía que forman una verdadera casta privilegiada y corrupta, todos ellos “comisionistas” de la entrega al imperialismo.

En la trinchera opuesta ocupa sus puestos, cada vez con mayor determinación, la “Bolivia de los trabajadores y las grandes mayorías nacionales”: los campesinos, los pueblos originarios, el pueblo humilde, oprimido y explotado del campo y la ciudad.

La “guerra del gas” sólo puede resolverse en los campos de batalla de la lucha de clases, con gigantescos enfrentamientos decisivos entre ambas fuerzas: o se impone la contrarrevolución burguesa comandada por el capital imperialista, o se impone la alianza obrera, campesina, originaria y popular, que para triunfar debe encontrar una dirección consecuente y firme en el proletariado.

La burguesía nacional entrega el gas y todo el país al imperialismo a cambio de unas migajas, como socia menor en su explotación, y es mucho mayor su terror a las masas, que su molestia con el peso de la opresión imperialista.

Los representantes nacionalistas y “de izquierda” de la burguesía y la pequeña burguesía, como ciertos militares, curas y abogados, más allá de la retórica nacionalista o democrática, no son capaces de romper con el gran capital extranjero o nacional. Como muestra la historia de Bush, Toro, Villarroel, Paz Estensoro, JJ. Torres o la UDP, sólo pueden llevar al desastre, la derrota y la frustración.

Sin embargo, el MAS nos dice que es posible convivir y hasta colaborar con las transnacionales del petróleo, “controlándolas” y asociándolas al desarrollo nacional mediante leyes apropiadas. Otros, más nacionalistas, apuestan una vez más a encontrar aliados entre supuestos militares y “empresarios patriotas” “dispuestos a identificarse con el pueblo”.

La función de estas fuerzas políticas proburguesas y reformistas es ocultar el carácter antiimperialista y por ende anticapitalista de la lucha por el gas y la necesidad de ir hasta el final en ella, si no se quiere la derrota. Y esto plantea el problema del poder político.

Recuperar efectiva y completamente -“100%”- los hidrocarburos significa expulsar a las transnacionales y romper con el imperialismo. Para que la nacionalización del gas pueda consolidarse y hacer posible su industrialización, será necesario revertir las demás “capitalizaciones” y afectar también a la gran propiedad “nacional”: liquidar al latifundio, nacionalizar la gran minería -como COMSUR-, la banca y las grandes empresas, y en suma, que obreros y campesinos asuman el control del conjunto de la marcha de la economía.

Evidentemente sólo un poder de los trabajadores, apoyado en la alianza de las mayorías explotadas y oprimidas puede avanzar hasta el final por este camino. Y esto significa imponer un gobierno obrero y campesino, basado en órganos de democracia directa -como una genuina Asamblea popular-, y defendido con milicias armadas en lugar de las actuales fuerzas armadas y la policía, “perros de presa” del orden burgués.

Así, para vencer en la “guerra del gas” es preciso conquistar el poder para los obreros y campesinos, tomando el camino de la construcción de una Bolivia socialista.

Al mismo tiempo, vencer la hostilidad e intervención imperialista y de sus gobiernos títeres en la región, exigirá estrechar lazos con los trabajadores y pueblos latinoamericanos, que seguramente verán como propio un triunfo de las masas bolivianas y unirán fuerzas en la lucha continental contra el imperialismo, hacia una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina.

2. La “democracia pactada” agoniza en pie ¡Hay que demolerla!

Desde la “guerra del agua” del 2000 en Cochabamba se ha hecho cada vez más evidente que el régimen de la “democracia pactada” impuesto bajo el dominio de los viejos partidos “neoliberales” de la burguesía es insostenible. Un abismo se abre entre los “gobernantes” que ya no pueden gobernar según acostumbraban, y los “gobernados” que ya no quieren ni pueden tolerar esa dominación. ¡Hay que completar la tarea incompleta de Octubre y Junio, de demoler hasta los cimientos este régimen!

Octubre fue un golpe muy duro para este viejo régimen de la “democracia para ricos” sus instituciones y sus partidos. Pero gracias a la “sucesión constitucional” con Carlos Mesa, el régimen se mantuvo en pie aunque agonizante, conmovido y agrietado por el poderoso embate de las masas en rebelión. Pese a la tregua garantizada por el MAS y otros dirigentes y a las ilusiones sembradas por Mesa, el desmoronamiento del edificio estatal no pudo ser detenido. Junio, con la caída del gobierno de Mesa y la derrota del intento de imponer a Vaca Diez como sucesor, mostró que el régimen está más debilitado que nunca.

El desprecio y el odio populares se expresaron en las movilizaciones al grito de “Que se vaya Mesa”, “No a Hormando” y “Cierre del Parlamento”. En algunos sectores avanzados se comenzaba a discutir la necesidad de un gobierno propio, de un gobierno obrero y campesino. Sin embargo, en Sucre volvió a imponerse un precario compromiso y una “sucesión constitucional” a través de Eduardo Rodríguez. Nuevamente, fue decisivo el papel del MAS y otros dirigentes reformistas, avalando esta “salida” que sólo es una burla y una estafa a las aspiraciones populares.

Muchos admiten que el viejo orden político e institucional está completamente deslegitimado y que no responde a la situación social y política del país.

En esta situación, el reclamo de una Asamblea Constituyente surge con fuerza al ser tomada por amplios sectores del campesinado, los pueblos originarios, los sectores populares de la ciudad, como una instancia en que podrían discutirse y resolverse sus demandas -como la tierra y el territorio-, en suma, discutir y decidir la “refundación del país”. Junto con ello, crece el sentimiento, expresado en las calles en junio, de “que se vayan todos”, es decir, contra esa casta privilegiada y corrupta de políticos al servicio de los empresarios y las transnacionales, con sus partidos e instituciones como el odiado Parlamento o la Justicia que mantienen impunes a los socios de Goni y asesinos de Octubre, pero que prestamente persigue a dirigentes sindicales o campesinos sin tierra.

El MAS y los “progresistas”, que durante un año y medio apoyaron las promesas y trampas de Carlos Mesa en nombre de la “defensa de la democracia”, apuntalan “por izquierda” al desvencijado edificio estatal y nos dicen que esto se puede cambiar mediante elecciones, y hasta que la asamblea Constituyente será lograda “más delante”, negociando y votando en este mismo Parlamento.

Esto es un engaño y una mentira que sólo puede llevar a la trampa del desvío electoral, y en todo caso, a una Constituyente “chuta”, tramposa y maniatada según los intereses de los empresarios, los terratenientes y las petroleras, que será también una estafa para las justas aspiraciones democráticas del pueblo trabajador.

Sólo un gobierno de las organizaciones obreras, campesinas, originarias y del pueblo pobre podrá garantizar “que se vayan todos” los corruptos personeros de la clase dominante, demoler las podridas instituciones de la “democracia para ricos” como el Congreso o la Corte Suprema y asegurar una Asamblea Constituyente revolucionaria, es decir, efectivamente libre y soberana, con plena representación de los pueblos originarios y capaz de discutir y decidir sobre todos los grandes problemas nacionales. Este gobierno obrero y campesino será el único capaz de asegurar una verdadera “refundación del país”, construyendo sobre las bases que explicamos en el punto anterior, una democracia de obreros, campesinos y originarios, basada en órganos de poder como la asamblea popular, con representantes revocables en cualquier momento por sus bases y que no ganen más que un maestro o un trabajador minero.

3. La crisis revolucionaria de Junio planteó una vez más el problema del poder

La fuerza de la movilización fue comparable en muchos aspectos a la desplegada en Octubre del 2003 y si Junio pareció a algunos menos “dramático” que Octubre -porque no se llegó a enfrentamientos de la misma magnitud-, no por eso deja de tener enorme importancia como una nueva y gran acción históricamente independiente de las masas se confirma que nos hallamos en un proceso revolucionario, cuyos comienzos ya son comparables a los grandes ciclos de nuestra historia, como la etapa que desemboca en el 52 o los 70.

Pese al menor nivel del enfrentamiento militar respecto a Octubre, lo cierto es que la enorme polarización social y política acrecienta la tendencia a enfrentamientos de guerra civil. Además, en Junio se alcanzó un mayor nivel de politización y radicalización, expresado en el creciente repudio al gobierno, en la demanda de cierre del Parlamento, en los pasos hacia una Asamblea Popular y en las voces de los sectores más avanzados que reclamaban un “gobierno del pueblo” o un “gobierno obrero y campesino”. Así, el problema del poder se planteó una vez más de manera aguda. Sin embargo, nadie preparó ni antes ni durante el levantamiento esta perspectiva como era necesario. Por el contrario, desde el MAS hasta muchos de los dirigentes tenidos por “radicales”, pese a sus diferencias, se empeñaron en que el levantamiento quedara encerrado en sus estrategias de presión y conciliación con la clase dominante. Podemos decir que la situación llegó a ser todo lo revolucionaria que permitieron que fuese las direcciones reformistas, desaprovechando una nueva oportunidad para asestarle un golpe decisivo al régimen y abrir las puertas a la lucha directa por el poder.

El Alto fue nuevamente el epicentro del gran levantamiento de masas, con el paro “cívico-laboral” de casi un mes convocado por la FEJUVE (Federación de Juntas Vecinales) y la COR (Central Obrera Regional), apoyado en la extendida organización de la base -juntas vecinales, asociaciones gremiales y sindicatos-. Pero la movilización tendía a extenderse a nivel nacional, en ciudades como Cochabamba, Oruro, Potosí y Sucre, mientras que los bloqueos campesinos, indígenas, de maestros y de mineros llegaban a más de 100, paralizando las rutas principales y sitiando a las ciudades más importantes, incluso a Santa Cruz. Este último Departamento, en lugar de ser una “zona de calma” para la reacción, si bien no alcanzó el grado de conmoción que La Paz, vio crecer la protesta de los trabajadores, campesinos e indígenas con paros del magisterio -que llegaron a tomar oficinas-, un extendido malestar entre los gremiales y pobladores de las zonas humildes, y bloqueos como en San Julián, Yapacani o Camiri.

La necesidad de órganos de poder y la Asamblea Popular

Un elemento fundamental para comprender el nivel alcanzado por la movilización es el surgimiento, de hecho, de un embrionario poder dual, territorial, disperso, no organizado ni centralizado, al calor de la movilización misma y que reflejaban organizaciones de base, como las juntas vecinales, tal como había sucedido en Octubre del 2003. Esto era evidente en El Alto, donde las juntas vecinales aseguraron una firme disciplina y un extraordinario nivel de movilización. La fuerza de las masas paralizando los poderes públicos, dejando al Gobierno sin fuerza para imponer decisión alguna, planteaban el problema del poder de manera aguda.

La pregunta de ¿quién ha de gobernar el país? y la necesidad de formas superiores de organización que comenzaran a dar respuesta a esta cuestión emergían de la situación misma, como se vio en el gigantesco Cabildo Abierto del 6/06, donde confluyeron con miles y miles de cooperativistas mineros y trabajadores, maestros urbanos y rurales, vecinos de las barriadas populares de La Paz, campesinos y cocaleros llegados desde diversas regiones. Allí, comenzó a extenderse y tomar fuerza entre los sectores más avanzados la idea de una Asamblea Popular, tomada desde días antes por algunos dirigentes nacionales (como la FSTMB). Lamentablemente, como se explica en el artículo de la página 4, la iniciativa de conformar una Asamblea Popular nacional y originaria en las instalaciones de FEJUV el día 8, fue un paso adelante pero no se consolidó por la actitud de los dirigentes y la pronta suspensión de las movilizaciones. Allí se discutió también la creación -no concretada- de comités de abastecimiento popular y de comités de autodefensa (aunque cierto grado incipiente de organización de autodefensa es una práctica en sectores avanzados). Al mismo tiempo, la desconfianza burocrática de muchos dirigentes sindicales a las masas, oponiéndose, y frustrando la posibilidad de avanzar en el camino de la Asamblea Popular y la extensión de los comités de defensa y abastecimiento que hubieran permitido un gigantesco paso adelante de la lucha.

Desde Octubre del 2003 nuestra organización fue la única que planteó reiteradamente la necesidad de que la COB y las organizaciones de masas prepararan y convocaran una asamblea popular, insistiendo en que la misma sea conformada por delegados de base revocables y con mandato de todos los sectores, construida a novel local, departamental y nacional. Si se hubieran dado pasos prácticos en esta dirección durante el período previo a las jornadas de junio, el desarrollo de órganos de poder obrero y popular y su centralización en una genuina Asamblea popular podrían haber avanzado mucho más. Una lección fundamental de estas jornadas de junio es que no basta esperar pasivamente a que la espontaneidad de las masas pueda “crear los órganos de poder” sino que es necesaria una estrategia consciente para impulsar el desarrollo de órganos de poder, combatiendo las vacilaciones o la oposición de los dirigentes reformistas y alentando cada paso que los obreros, los campesinos y el pueblo pobre den espontáneamente en esta dirección.

La lucha por un gobierno obrero y campesino

El poderoso embate de masas derribó al debilitado gobierno de Carlos Mesa e impidió que Hormando Vaca Diez, según era el plan de la mayoría de la derecha y los “cívicos”, asumiera en su reemplazo. Estaba objetivamente planteaba la posibilidad de que aprovechando la crisis revolucionaria, las masas se orientaran hacia la toma del poder en sus propias manos y a través de sus propias organizaciones. Sin embargo, el “vacío de gobierno” lo llenó el compromiso constitucional de Sucre, apoyado por la política conciliadora del MAS y la mayoría de las direcciones, que inmediatamente llamaron a la tregua y a desmovilizar.

Para enfrentar esta nueva trampa, que se burla de las más elementales aspiraciones populares, era necesario levantar una salida política independiente, propia de los trabajadores. Respondía a esta necesidad el combate por un gobierno de la COB, FSTMB, FEJUVE y COR alteñas, las organizaciones campesinas, etc., que encabezaban la lucha. La misma hubiera encontrado una poderosísima palanca en una genuina asamblea popular.

Los dirigentes considerados “radicales” -como los de la COB y algunos tros sectores-, no se propusieron ni antes ni durante el levantamiento el prepararlo política y organizativamente para una lucha seria por el poder. Nunca plantearon una salida política propia de los trabajadores ante la crisis política.

Las tendencias a la guerra civil siguen presentes

La cautela del gobierno de Mesa en reprimir, temeroso de que una masacre sirviera de detonante de una insurrección, como en Octubre del 2003, no impidió que desde el lunes 6/06 se multiplicaran los choques entre sectores de vanguardia y la policía que custodiaba la Plaza Murillo y el centro paceño, acelerando la dinámica de enfrentamiento. Mientras en El Alto se generalizaban las fogatas, zanjas, barricadas y vigilias nocturnas, las manifestaciones “bajaban” portando palos, piedras, etc.; los campesinos, con sus hondas y chicotes; los mineros y cooperativistas, cachorros de dinamita cuyo estallido se multiplicó por miles en las marchas y enfrentamientos. Como mostró poco después Sucre, la dinámica conduciría tarde o temprano a choques abiertos entre las masas y las fuerzas estatales. Se estuvo cerca de enfrentamientos mayores pero ni Mesa ni Vaca Diez ni el Alto Mando militar quisieron arriesgarse a un enfrentamiento abierto con las masas, que habría detonado posiblemente una guerra civil y puesto en riesgo de estallar a las propias fuerzas armadas. Las agresiones de la fascistoide Juventud Cruceñista y los intentos de organizar “autodefensas” en los barrios ricos de La Paz son un alerta, elementos latentes de guerra civil.

Esto basta para reafirmar que la organización de la autodefensa de masas, con piquetes y comités, su desarrollo, extensión y centralización en el camino de milicias obreras y campesinas son inseparables de una lucha seria contra cualquier intentona reaccionaria, represiva o golpista. Junto con el armamento de masas, es necesaria una política sistemática para dividir a las fuerzas estatales, ganando a la base -soldados, clases y suboficiales- para el campo obrero y popular, llamándolos a organizarse y enviar sus representantes a la Asamblea Popular y aislando a la oficialidad, destruyendo así la disciplina de las instituciones armadas. Es sólo así como se puede enfrentar el peligro de masacres, golpes o fascismo, y no despertando confianza e ilusiones en que las instituciones armadas como tales “se unirán al pueblo”.

4. El MAS salvó al régimen mientras los “radicales” capitulaban

Una vez más, la enorme combatividad y espíritu de lucha de las masas, que conmovió al país hasta los cimientos, es despilfarrada por las direcciones más influyentes. Esta nueva crisis revolucionaria terminó con un simple cambio presidencial y la promesa de elecciones, mientras sigue en pie el odiado Congreso donde los Hormando Vaca Diez, Cossio, Reyes Villa y cía, discuten los términos de una salida electoral dentro del régimen junto a Evo Morales y el MAS. Este sólo hecho basta para ilustrar la bancarrota de las estrategias reformistas de presión sobre el régimen y la clase dominante que proponen el MAS y la mayoría de las direcciones sindicales, vecinales y campesinas.

En efecto, si la “solución” de Sucre pudo prosperar es en gran medida responsabilidad de Evo Morales y el MAS, que desde la renuncia de Mesa propusieron la sucesión constitucional a través de Eduardo Rodríguez, (salida por la que también apostaron el propio Mesa y los alcaldes de La Paz, Del Granado y de El Alto, “Pepelucho” Paredes y todo el centro reformista burgués). Pese al rechazo de amplios sectores de masas al régimen, el MAS avaló al Congreso y la continuidad misma de Vaca Diez y Cossio, aceptó postergar su propia demanda de Constituyente y llamó a desmovilizar, otorgando una tregua política para permitir el establecimiento del nuevo gobierno.

El MAS, aún más claramente que en Octubre, se puso firmemente al servicio de salvar a las instituciones de esta putrefacta “democracia para ricos” cuando las masas movilizadas se orientaban a asestarle un golpe decisivo, permitiendo la “continuidad institucional” y reafirmándose como “pata izquierda” del régimen. Consumó así una gran traición política al movimiento de masas, reafirmándose como el partido que se propone para contener las tendencias más revolucionarias de las masas en los marcos de su estrategia de limitadas y graduales “reformas democráticas” para “humanizar al capitalismo” y conciliando con la burguesía a título de “defender la democracia”.

Por su política frenadora y reformista, el MAS pagó un importante costo político a ojos de la vanguardia y perdió hegemonía en la movilización, viéndose obligado a maniobrar, mentir y confundir, radicalizando el discurso hasta hablar de “nacionalización de hecho”. Sin embargo, los dirigentes tenidos por más radicales desperdiciaron la posibilidad de disputarle la dirección pues ninguno de ellos le opuso una política independiente.

Abel Mamani estaba “montado en el tigre” de la rebelión alteña pero no levantó una política muy distinta de la de Evo, buscando todo el tiempo una salida de negociación. En efecto, él también, aunque con propuestas más nacionalistas, apuesta a encontrar “empresarios y militares patriotas” como base para alcanzar un “gobierno que se identifique con el pueblo”.

La dirección de la COB constituía un ala minoritaria de la movilización y propuso mayor radicalidad en sus discursos y acciones, sin embargo, la política de Jaime Solares era buscar un “militar patriota” dispuesto a encabezar una salida cívico-militar nacionalista, de corte chavista, es decir, un golpe apoyado en un frente popular con los uniformados. El tal militar no apareció, pero esta política inconsulta sólo podía confundir y dividir a la base, ayudar al MAS que decía que no había salida fuera de las instituciones, e impedir que los trabajadores levantaran la lucha por su propia salida política de clase.

Como estos “radicales” -desde Solares a Roberto de la Cruz- tienen también una estrategia de colaboración con la burguesía y de luchar sólo para presionar al régimen, similar al MAS -aunque a veces lo critiquen muy duramente-, al final, quedaron prisioneros de la política de éste. Con esta política, no tenían ninguna propuesta que contraponer al nombramiento de Rodríguez en Sucre ni a las maniobras del MAS y de hecho, en la mayor impotencia y sin ofrecer ninguna alternativa, terminaron capitulando políticamente.

5. El gobierno Rodríguez y el “desvío electoral” no cierran el proceso revolucionario

Es así que fue posible habilitar a Rodríguez como sucesor constitucional y establecer un gobierno muy débil y de transición, que apenas se propone “Preservar el sistema democrático y conducir un proceso electoral” antes de fin de año. El Gobierno Rodríguez es un “gobierno tapón”, surgido de lo más reaccionario de las instituciones del régimen, con el objetivo de cerrar la crisis revolucionaria y encaminar un “desvío” con elecciones generales, para apartar a las masas de las calles, ganar tiempo para la burguesía y buscar un mejor escenario bajo un nuevo gobierno más sólido. Rodríguez, un jurista del régimen, agente de las petroleras y el imperialismo, se apoya en un empate o equilibrio inestable y circunstancial entre los dos campos, el de la burguesía y el movimiento de masas en ascenso, gracias a la traición política de las direcciones al levantamiento de junio.

Pero asentar el “desvío electoral” no es una tarea sencilla pues la crisis política no se ha cerrado, como muestran los forcejeos en el Congreso. Las “dos agendas” -la autonomista de los “cívicos cruceños” y la reformista del “centro burgués” y el MAS siguen siendo incompatibles. A lo sumo, temas como la Constituyente podrán postergarse hasta el año próximo, para ganar tiempo y buscar con el desvío electoral. Habrá que ver en los próximas semanas hasta qué punto se consolida este intento.

Bajo la presión del imperialismo, los gobiernos vecinos y el empresariado local, todos -desde Hormando vaca Diez hasta el MAS- se esfuerzan por canalizar la situación hacia un proceso electoral, aunque los términos del mismo -fechas, referéndum autonomista, asamblea constituyente, son objeto de una pugna que a cada momento amenaza con reabrir la crisis política.

En este cuadro, no pueden descartarse nuevos “cortocircuitos” bajo un gobierno tan débil como el de Rodríguez y un Congreso deslegitimado y fracturado ante un movimiento de masas en ascenso. Los mecanismos de la democracia burguesa han salido aún más debilitados y no les resultará sencillo recomponerlos mediante un desvío electoral retaceado como el que quieren montar. Los niveles de crisis y desmoronamiento del estado y el régimen burgués y las tensiones con la burguesía oriental que pueden llegar a amenazar la unidad estatal sin enormes. Ninguna de las demandas de las masas ha sido satisfecha. Si bien hay síntomas de desgaste y desilusión en algunos sectores de masas -que sienten que el enorme esfuerzo de lucha no ha recogido frutos- no hay una derrota y el proceso revolucionario sigue abierto. Todos los elementos estructurales de la crisis nacional general que conducen en esta etapa histórica a enfrentamientos superiores entre revolución y contrarrevolución siguen planteados.

Sin embargo, la burguesía y el imperialismo no quieren arriesgarse, al menos por ahora, a choques que podrían conducir a una insurrección generalizada del pueblo o a una guerra civil de resultado imprevisible. Antes que recurrir a salidas extremas, buscan recomponer el régimen a través de nuevas dosis de “reacción democrática”. Harán lo posible por montar un recambio de gobierno burgués más sólido y confiable, detrás de un “Tuto” Quiroga u otra variante, y no tener que recurrir a un gobierno de Evo Morales, pero llegado el caso, apelarán a los buenos servicios del MAS, que ya se ha mostrado en Octubre y Junio dispuesto a salvar al régimen cada vez que sea necesario, para contener a las masas y evitar su ruptura con el orden burgués.

Un fracaso de las nuevas trampas de reacción democrática y desvío electoral podría volver a acatualizar la perspectiva de mayores enfrentamientos sociales y políticos y aún de una guerra civil, posiblemente sobre bases territoriales (pues la reacción, a pesar de sus dificultades, trata de consolidar Santa Cruz como su “feudo” y reserva, como fue en el golpe de Banzer en 1971).

El MAS y otras variantes reformistasy nacionalistas, con su estrategia frentepopulista de colaboración de clases, sólo pueden confundir y desarmar al pueblo trabajador frente a las maniobras y ataques de la burguesía y son un gran obstáculo político para la evolución del movimiento de masas hacia una salida política independiente. Pero la gran experiencia política, de lucha y organización que están acumulando los sectores avanzados entre los trabajadores y sus aliados será un gran punto de apoyo para vencer este y todos los obstáculos y amenazas.

6. ¿Qué hace falta para vencer?

Junio, como antes Octubre, demuestran que hace falta una centralización política independiente de las colosales fuerzas que el movimiento de masas comenzaba a desplegar. Y para esto, hacían falta dos componentes: la conformación de órganos de poder de las masas -como una verdadera asamblea popular-, y sobre todo, una dirección revolucionaria, o al menos, una alternativa de dirección que en la lucha misma pudiera disputar la dirección al MAS y a las burocracias sindicales de la COB, FEJUVE, etc. En suma, hacia falta un partido revolucionario.

En momentos de auge revolucionario, hace falta desplegar toda la energía y combatividad de las masas, para que estas tomen en sus propias manos la resolución de los más diversos y urgentes problemas de la lucha y de la vida cotidiana. Algunas de estas tareas pueden ser asumidas por las organizaciones existentes -sindicatos, juntas vecinales, sindicatos campesinos-; de hecho, hemos visto a las juntas vecinales alteñas jugar un rol de poder territorial, pero para que puedan cumplir este papel es necesario imponer la más amplia democracia obrera al interior de las organizaciones sindicales. Para otras tareas será preciso crear organismos especiales -comités de abastecimiento, comités y piquetes de autodefensa, como se propuso en la Asamblea popular de El Alto, el 8 de junio-.

Pero al mismo tiempo es necesaria la extensión, desarrollo y centralización de todos estos organismos a nivel nacional, constituyendo órganos de poder con amplia autoridad ante el pueblo trabajador, basados en la más amplia democracia directa y que sean reconocidos como su representación orgánica por las masas.

Nuevas instituciones como una Asamblea Popular son necesarias para resolver la unidad de las filas obreras, sumando activamente a las decenas de miles de trabajadores de fábricas, talleres y empresas “capitalizadas” cuya fuerza hubiera terminado de volcar completamente la situación a favor de las masas, y facilitando que la clase obrera retome un lugar de vanguardia dirigente en la movilización revolucionaria. Al mismo tiempo, son necesarios para soldar efectivamente la más amplia alianza obrera, campesina, originaria y popular.

En las jornadas de junio, la discusión y primeros pasos hacia la constitución de una Asamblea Popular marcaba la tendencia a resolver este problema vital de poner en pie un poder contrapuesto y enfrentado a las instituciones de gobierno del régimen burgués. Una genuina Asamblea Popular sería la base para dar un golpe decisivo al régimen burgués y organizar la toma del poder por vía insurreccional, para imponer un gobierno representativo de las organizaciones obreras y populares que encabezaban la movilización, como la COB, CSUTCB, FSTMB, FEJUVE y COR alteñas, organizaciones campesinas, etc., que sería el único capaz de garantizar la nacionalización del gas y las demás demandas obreras y populares.

Pero el problema decisivo es que hace falta una dirección revolucionaria al frente de la COB y demás organizaciones de masas. Y hará falta una dirección revolucionaria al frente de la Asamblea Popular y los órganos de poder de las masas, para plantearse concientemente la lucha por el poder.

La mayoría de los actuales dirigentes son enemigos de que las masas obreras y campesinas se encaminen hacia su propio Gobierno, ponen la fuerza de la movilización al servicio de presionar al gobierno de turno y conciliar con la burguesía a cambio de reformas parciales, cuando lo cierto es que sólo la toma del poder por los trabajadores, apoyados en la más amplia alianza obrera, campesina, originaria y del pueblo pobre puede abrir una perspectiva superadora del atraso, la miseria, la opresión y la entrega.

Para “no rifar el movimiento” nuevamente, como en Octubre y Junio, como decía un compañero alteño, es preciso pelear por una dirección revolucionaria, que defienda la independencia política de los trabajadores, que luche consecuentemente por la asamblea Popular como un genuino órgano de poder y para conquistar el gobierno obrero y campesino.

Y para construir esta nueva dirección, es preciso poner en pie un partido opuesto al “partido de las reformas democráticas” que encabeza Evo Morales y al “partido del nacionalismo junto a militares y empresarios patriotas” que proponen Jaime Solares o algunos dirigentes alteños.

Un partido firmemente enraizado en la clase trabajadora, armado con una estrategia de poder obrero y popular y capaz de enfrentar las pruebas decisivas de la lucha de clases. Ese partido no existe. Su construcción no se resuelve por “autoproclamación” como cree el POR, pese a que una vez más esta corriente no ha sabido responder ante acontecimeintos tan grandiosos y ha quedado a la zaga de las direcciones sindicales.

Ese partido hay que construirlo, a través de un proceso de fusiones entre la vanguardia obrera y el programa marxista, en torno a las lecciones revolucionarias de la lucha de clases nacional e internacional. Dar pasos en su construcción es la tarea más uregente y fundamental d ela hora.

¿Qué hacer ahora?

En estas movilizaciones se destacaron miles de dirigentes de base y luchadores, con creciente influencia en las juntas vecinales alteñas y en algunos sindicatos, así como muchos jóvenes combativos que no confían en los dirigentes nacionales y están dispuestos a ir hasta el final en la lucha. Es necesario pelear porque no se dispersen ni caigan nuevamente tras las redes del MAS y otras fuerzas reformistas. Es necesario pelear por su reagrupamiento en torno a cómo responder a las tareas y desafíos de esta situación.

Por lo pronto, una tarea esencial para la preparación de la lucha contra el nuevo gobierno y los nuevos combates, es sacar lecciones de los acontecimientos que hemos vivido, para dar continuidad a la lucha por una Asamblea popular, discutiendo cuál es la mejor manera de enfrentar el desvío electoral y luchar por la más amplia independencia política de los trabajadores, contra todo proyecto político conciliador y reformista como el que pregona el MAS (puede ser una gran herramienta la agitación por un instrumento político de los trabajadores, como explicamos en otro artículo). Otro paso importante puede ser la lucha por construir una poderosa juventud cobista, que aporte con nuevas fuerzas a la central obrera y organice a miles de jóvenes trabajadores y estudiantes.

Para todo esto, es preciso proseguir el debate y la organización en todos los terrenos, desde las próximas movilizaciones obreras y populares, hasta los eventos sindicales y encuentros obreros y populares, comenzando a nuclear a los sectores más avanzados y conscientes, para dar en común todas las peleas necesarias y discutiendo las lecciones de los grandes acontecimientos como Octubre y Junio.

Nuestra organización, la LORCI (Liga obrera Revolucionaria por la Cuarta internacional), se propone contribuir a estas tareas sin ningún sectarismo, pero planteando abiertamente la tarea central de la hora: la necesidad de poner los cimientos de un partido de trabajadores, socialista, revolucionario e internacionalista, capaz de llevar al triunfo a la revolución boliviana.



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