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Toni Negri en Bolivia

La bancarrota del autonomismo

 

EN LOS PRIMEROS DÍAS de agosto el filósofo italiano Toni Negri y otros intelectuales que le son cercanos (Judith Revell, Michael Hardt y Giuseppe Cocco) estuvieron en el país y dieron conferencias en varias ciudades, como Santa Cruz, Sucre y La Paz, donde debatieron junto al Vicepresidente de la República, que quiso aprovechar esta presencia para reverdecer sus laureles como intelectual.
Negri es el más conocido teórico de la corriente autonomista, que se postula como una renovación del pensamiento de izquierda y pretende ir “más allá de Marx” (título de uno de los libros de Negri), cuestionando los fundamentos filosóficos del marxismo, su análisis del capitalismo y su teoría y programa políticos. No podemos aquí desarrollar esta discusión, sólo examinaremos algunas ideas centrales.

Imperio

En su libro más conocido, Imperio, Negri y su colaborador Hardt sostienen que la era del imperialismo ha concluido: “hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales (...) En contraste con el imperialismo, el imperio no establece centro territorial de poder, y no se basa en fronteras fijas”. Esta tesis desconoce la importancia que siguen teniendo los Estados nacionales y borra cualquier diferencia estructural entre los países capitalistas avanzados, centros del poder imperialista, y los países de la periferia capitalista, dependientes y subordinados por relaciones de tipo semicolonial. Bastó la guerra de Irak -una típica guerra de ocupación imperialista- para desbaratar las ilusiones de Imperio, demostrando que Estados Unidos está dispuesto a defender su decadente hegemonía a favor de los monopolios norteamericanos, que no se dejan convencer por una supuesta “desterritorialización”. Las crecientes disputas entre las potencias europeas y Estados Unidos, así como con China y Rusia demuestran que el rol de los Estados nacionales sigue siendo clave, y la suerte de los países como el nuestro, donde “la Embajada” suele ser un poderoso factor de decisión, muestra que el imperialismo sigue siendo una poderosa realidad que niega la posibilidad de superar el atraso industrial, la miseria y la sumisión a la mayoría de la Humanidad.

El propio Negri ha debido modificar sus postulados iniciales, aceptando que “Estados Unidos intenta imponer un golpe de Estado sobre el mercado global, este golpe de Estado ha fallado (...) Hoy se está configurando un sistema de poder conformado sustancialmente en una base continental: EEUU, Europa, China, la India y América Latina”.(Entrevista en El Deber, 5/008/07). Sin embargo, sigue negando la esencia del imperialismo: “¿Qué es lo importante de la globalización? El hecho de reenviar a los países singulares la responsabilidad de lo que son. No se puede más decir ‘es culpa del imperialismo europeo o americano’, es culpa nuestra lo que somos”. Además embellece a los gobiernos burgueses que regatean con Estados Unidos: “Es la primera vez que América Latina aparece sobre la escena mundial como un centro interdependiente en el sistema mundial. Empieza a aparecer como un sujeto y esto esencialmente se debe a las políticas de los presidentes Lula da Silva y de Néstor Kirchner, que son los políticos que han roto la ligazón con la línea colonialista imperial.” (El Deber, ídem)¡¿Lula y Kirchner, abanderados de la lucha contra la colonización?!

Multitud

Otra noción central en las ideas de Toni Negri es la de que las clases sociales se habrían “disuelto” en la multitud, una categoría tan abarcadora que no define nada, borra la diferencia entre todos los sectores sociales ahora igualmente sujetos al capital. Ya no habría diferencias de fondo entre, digamos, un obrero asalariado y un funcionario jerárquico. Esta visión no permite ver el rol de la pequeña burguesía acomodada, sostén del “neoliberalismo”, ni diferenciar la distinta potencialidad de las clases y grupos sociales que resisten la ofensiva capitalista.

Con el culto a la “espontaneidad de los movimientos”, rechazando la necesidad de la organización política, impide pensar a la clase obrera como articulador del movimiento de los explotados y oprimidos (campesinos, jóvenes, mujeres, pueblos originarios, etc.) en una perspectiva independiente del capital y sus agentes.
García Linera y otros plantean algunas divergencias con Negri, pero asumen un aspecto central de la inasible “multitud”: la supuesta “superación” de los conceptos de clase y de lucha de clases propios del marxismo. Si para Negri la constitución de la multitud como subsumida al capital plantearía la posibilidad de pasar inmediatamente al comunismo; para García Linera, el “abigarramiento” de la formación social boliviana, “resultado de una sobre - posición desarticulada de varias sociedades” como dice Luis Tapia (Transcripción del debate 9/08), impediría otro horizonte que no sea el del “capitalismo andino”, puesto que además, para el Vicepresidente la “condición obrera del siglo XX” habría muerto. Esto, pese a que en el país hay casi un millón de asalariados que juegan un rol central en la economía, con la posibilidad de rearticularse como sujeto social y políticamente autodeterminado y ofrecer una alternativa de transformación social.

Del autonomismo a la Vicepresidencia

En Bolivia, hasta hace algunos años, era García Linera quien levantaba posiciones típicas del autonomismo. ¿Qué mejor ocasión para probar los postulados del autonomismo que la dramática insurgencia de las masas desde el 2.000 hasta la actualidad? Sin embargo fue el paso a primer plano los grandes problemas de la lucha de clases, de la política, el poder y el Estado, lo que desnudó la inconsistencia y bancarrota del autonomismo criollo, como ilustra la trayectoria intelectual y política de García Linera. Éste pasó de la de la “autogestión” y la “política de las necesidades vitales” en la época de la Guerra del Agua, negando la necesidad de centralizar la movilización y darle una perspectiva política independiente (puesto que los “movimientos sociales” no debían “contaminarse” buscando el poder del Estado), a la “reinvención de la democracia” para “incluir” a los pueblos originarios mediante el proyecto reformista del MAS. Y al asumir como Vicepresidente Constitucional de la República la gestión del Estado burgués semicolonial, pasó sin sonrojarse de la “poesía de la democracia pura” a la triste ingeniería de los acuerdos con políticos neoliberales, empresarios, terratenientes y transnacionales, en busca del “pacto social y político” que permita reconstruir un régimen político-estatal “viable” y acorde con las necesidades de la clase dominante, al precio de abandonar las demandas democráticas más elementales de los trabajadores, los “movimientos sociales” y los pueblos originarios.
Si bien García Linera siguió resueltamente este rumbo y sacó todas las conclusiones reformistas y proburguesas que le parecieron necesarias, algunos de sus antiguos amigos y seguidores quedaron en una posición mucho más incómoda, haciendo equilibrio en la cuerda floja entre su adhesión a los postulados autonomistas con su apelación retórica a la “autodeterminación de las masas” y el apoyo “crítico” a la gestión gubernamental del MAS, presionando para que sea, como dice Negri, “un Gobierno que responde a los movimientos”, como si esto fuera posible sin demoler la actual maquinaria estatal y sin cambiar las bases económicas capitalistas en que se sustenta.
Es que el autonomismo, después de haber “negado” teóricamente al Estado en general a la vieja usanza anarquista, termina postrado e impotente frente al Estado burgués real y concreto en su forma democrática.

El marxismo y la estrategia de poder obrero y popular

Ni los restos del viejo reformismo stalinista, ni la inconsistencia teórica y política del autonomismo pueden proporcionar una teoría y un programa para la emancipación humana. El marxismo como análisis y como “guía para la acción”, muestran ser mucho más vigentes, ante los problemas de la sociedad capitalista en el siglo XXI, que las “novedades” de Negri, para no hablar de los intelectuales locales de La Comuna.
Desde el marxismo revolucionario, es posible levantar desde la clase obrera, como la principal fuerza social capaz de agrupar y articular al conjunto de las masas populares, una estrategia y un programa contra el capitalismo imperialista, basado en la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, que integra la lucha por las “tareas nacionales y democráticas pendientes” con la necesidad de un poder obrero, campesino e indígena revolucionario, como el único capaz de garantizarlas y al mismo tiempo iniciar la transición al socialismo.
Este poder debe estar fundado en la más amplia autoorganización e iniciativa de las masas y en la democracia directa de las Coordinadoras, los Consejos Obreros y las Asambleas Populares.

Su labor no será usar el podrido aparato estatal burgués como se usa una herramienta cualquiera, sino demolerlo y reemplazarlo por un Estado de transición (una República obrera y campesina), que ya no será propiamente un Estado, sino ante todo el poder de masas asumiendo cada vez más funciones de gobierno. Su objetivo no será construir el “socialismo en un solo país” a la manera stalinista, sino profundizar la revolución social y cultural y contribuir a su extensión internacional, única forma de llevar hasta el final la lucha contra el capital y erradicar las distintas formas de la explotación y la opresión. Para combatir consecuentemente por este programa hace falta una organización política, que no es otra que un partido revolucionario.

Por Eduardo Molina



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