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MÉXICO

El Papa Francisco y el discurso social de la Iglesia

 

Por Pablo Oprinari

Jorge Bergoglio presenta la imagen de una Iglesia aparentemente más preocupada por las cuestiones sociales. La clase política responsable de los padecimientos populares, “más papista que el Papa”.

En su visita a México, el Papa Francisco está desplegando una intensa actividad que no puede más que definirse como política, más allá del carácter formalmente pastoral y protocolario de su viaje.
Sus discursos han hecho alusión a problemas sociales candentes y los destinos elegidos por el Vaticano incluyen lugares que son claves.

Después de su visita a Palacio Nacional, sede del poder ejecutivo, y su encuentro con Peña Nieto (EPN), el Papa visitó Ecatepec, uno de los municipios más populosos del Estado de México (Edomex), sacudido por los feminicidios, y Chiapas, cuna del levantamiento encabezado por el EZLN en 1994, y donde la Iglesia católica ha perdido terreno frente a las iglesias evangelistas.

Y estará también en Michoacán, estado cruzado por la guerra contra el narco, y en Ciudad Juárez, la capital mundial del feminicidio, a la puerta de los Estados Unidos.

La retórica social de Francisco

Jorge Bergoglio fue recibido por EPN en un acontecimiento histórico ya que es la primera vez que un Papa pisa Palacio Nacional. Este hecho expresa el acercamiento entre el Vaticano y el Estado mexicano, y un nuevo avasallamiento de los principios de laicidad. Allí, los asistentes pertenecientes a la “clase política” y empresarial, se atropellaron para besar su anillo papal y pedir a gritos la bendición del llamado vicario de Cristo.

Desde entonces, Francisco enarboló un discurso que aludió a la corrupción, el narcotráfico, la desigualdad y exclusión social, entre otras cuestiones.
En Palacio Nacional se refirió a la corrupción y se dirigió “a los dirigentes de la vida social, cultural y política” a quienes “les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos … ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”.

Horas después, en la Catedral metropolitana, dijo que “Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia”.

Y en Ecatepec ante una asistencia multitudinaria, habló de “Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”, “donde no haya necesidad de emigrar para soñar; no haya necesidad de ser explotado para trabajar; no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de pocos”.

Esta retórica continuó en Chiapas, y será parte de los discursos que dará en Ciudad Juárez y Michoacán.

Un discurso cauteloso

Las expectativas en la visita papal van más allá de la campaña de propaganda montada por los gobiernos federal y de los estados. Su visita generó expectativas en millones de personas, en muchas de las que se mezcla el sentimiento religioso con el hartazgo ante la pobreza, la narcoguerra y fenómenos monstruosos como el feminicidio.

Después de aconsejar a “los dirigentes de la vida social, cultural y política”, el Papa se dirigió a estos sectores, encabezando la imagen de una Iglesia preocupada por sus condiciones de vida. Esto mientras evitó referirse a la actitud reaccionaria de la institución que encabeza, respecto al aborto y la comunidad sexogenérica, entre otras cuestiones.

Mientras distintos medios internacionales resaltan el carácter crítico de su discurso, otros analistas plantearon aquí que la retórica papal fue cautelosa. Resultó ser la dosis justa para plasmar el nuevo “mensaje social” al pueblo pobre, sin que significase una ofensa pública para el gobierno, el cual podía imaginar, en las semanas previas, el carácter de las palabras de Bergoglio. Así también Javier Sicilia del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y María de la Luz Estrada, del Observatorio Nacional de la Lucha contra el Feminicidio, expresaron una opinión similar.

En ese sentido, cuando Francisco estuvo en Ecatepec no mencionó la dura realidad del feminicidio que padecen las mujeres del Edomex. Y hasta ahora no se refirió a la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Y aunque no se puede descartar que lo haga, está evitando las cuestiones más costosas para EPN y el régimen político.

Aún así, la intervención de Jorge Bergoglio sobre los asuntos nacionales muestra que para el Vaticano recuperar el lugar de la iglesia católica en México pasa por lo que algunos llaman, una institución “socialmente más comprometida”, que recupere el terreno frente a otras iglesias. Su discurso en ese sentido choca con la imagen que tiene en México la jerarquía católica, con personajes ultrareaccionarios a su frente, como Norberto Rivera.

Busca también superar los escándalos de pederastía que involucraron a “protegidos” de los anteriores papados, como Marcial Maciel fundador de la orden Legionarios de Cristo, y para eso omite hablar de estos casos y se niega a recibir a las víctimas. La situación de encubrimiento por parte de las autoridades eclesiásticas y del mismo Rivera, ha sido denunciada por ex-sacerdotes como Alberto Athie.

Francisco y el régimen político mexicano

Distintos representantes de los partidos políticos aprovecharon para, como se dice, “aparecer más papistas que el Papa”. Líderes del Partido Acción Nacional afirmaron que hay que corregir el rumbo de la economía, en tanto que Jesús Zambrano, del Partido de la Revolución Democrática, llamó a que las palabras del Papa se incorporen y “se traduzcan en hechos”. López Obrador, por su parte, acusó a los demás partidos y al gobierno de “desentenderse del llamado del Papa”. El gobierno, los partidos y los empresarios piensan utilizar la visita de Francisco para aparecer “bendecidos” por el Estado Vaticano.

Aunque la retórica papal puede generar expectativas en sectores populares, no es posible cuestionar a fondo la realidad de explotación, opresión y miseria que viven los trabajadores y el pueblo mexicano, si no se cuestiona al régimen político y al gobierno de Peña Nieto.

El feminicidio, la migración y la desigualdad social son resultado de la integración de México a la economía estadounidense. El narcotráfico y la colusión con el Estado, la militarización y los centenares de miles de asesinados y desaparecidos son fruto de la imposición de los dictados de la Casa Blanca. La explotación, la precarización del trabajo y la miseria que recorre el país desde Chiapas a Ciudad Juárez, son el resultado del sistema capitalista, en el cual las grandes trasnacionales y los empresarios -como los que asistieron a Palacio Nacional- viven del trabajo ajeno. Enfrentar eso implica enfrentar al régimen político y el gobierno responsable de esa situación.



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