El éxito político inicial del “Acuerdo ante la Nación ”, sin embargo, no justifica demasiado optimismo. Es un pacto por arriba, con los viejos partidos neoliberales desacreditados y en el Parlamento, símbolo de la corrupción, decadencia y deslegitimación del régimen. Aunque todos acordaron entre sonrisas, no habían pasado 48 hrs. cuando La Prensa (10/03) se quejaba “tras el pacto no aparecen mecanismos de concertación entre los nuevos socios políticos.” La “agenda” firmada es todavía más una expresión de deseos que un consenso claro en cada uno de los puntos. En efecto, la crisis que corroe a las instituciones, las diferencias que se expresan en un constante proceso de “enfrentamiento-negociación” no van a desaparecer tan fácilmente. El propio gobierno, aun con cierta recuperación, no ha superado su debilidad.
Por otro lado, y esto es lo decisivo, la fuerza del movimiento de masas en ascenso no va a ser fácilmente contenida. La reconciliación de los de arriba no alcanza a saldar la “fractura entre los gobernantes y gobernados” que no ha cesado de ahondarse en el país desde el 2000. La falta de un “pacto social” incorporando al MAS y a las direcciones reformistas del movimiento de masas es un grave flanco débil para el pacto burgués. La muchedumbre de clase media en la Plaza Murillo que festeja el acuerdo e insulta a Evo y a los bloqueadores no expresa la “unidad nacional” sino la enorme polarización social y tensión política.
Las perspectivas
Si el pacto de gobernabilidad se hizo impostergable, es precisamente por la profundidad de la crisis nacional, por el grado de descomposición del régimen político, por el profundo ascenso de masas, todo lo cual creaba esa atmósfera de “pre-levantamiento” (es decir, una situación pre revolucionaria) que volvía a corporizar el fantasma de Octubre. Esta perspectiva aún no se ha cerrado. Se ha abierto no una coyuntura de estabilidad sino de carácter indefinido. ¿El acuerdo de los de arriba podrá transformarse en una derrota de los de abajo? Entonces podría darse un asentamiento reaccionario de la situación, pero esto no será por falta de combatividad obrera y campesina, sino ante todo por responsabilidad de los actuales dirigentes. Pero si el movimiento de masas retoma la ofensiva, la coyuntura se volverá contra el gobierno y se desplegarán tendencias más abiertamente revolucionarias. Esto sólo se resolverá en duras pruebas de fuerza -sociales y políticas- entre el poder y las masas.
¿Y ahora qué?
En suma, el acuerdo es una declaración de guerra contra los obreros, los campesinos, los pueblos originarios, para imponer con trampas, engaños y represión, la estabilización reaccionaria que quieren los empresarios, los terratenientes y el imperialismo. Si la “Bolivia oficial” cierra filas, corresponde hacer lo propio a la Bolivia profunda, explotada y oprimida, forjando la alianza obrera, campesina, originaria y popular, por la recuperación del gas y las demás demandas de los trabajadores y el pueblo, retomando, en fin, el camino de Octubre. Hay que desarrollar la movilización hasta derrotar al gobierno.