El “Fenómeno de la Niña” ha dejado un desastre: inundaciones en el Beni, Santa Cruz y otros departamentos. Sequías en el Gran Chaco. Heladas en el Altiplano. Graves daños en varias ciudades (como la falta de agua por tres semanas a 300.000 habitantes de La Paz). 75 mil familias han sido afectadas, son miles los evacuados que han perdido todo y hay al menos 60 muertos. También son grandes las pérdidas materiales (agricultura, caminos, viviendas, producción).
No es una simple desgracia natural, su impacto se agrava ante la miserable realidad del capitalismo nacional: depredación de bosques y suelos, falta de obras civiles y defensivos, falta de planificación. Como siempre, los que más sufren son los pobres, condenados a vivir y a trabajar en los peores terrenos, sin recibir nunca adecuada atención a sus demandas ni ayuda suficiente. Y así como desnuda el brutal egoísmo de clase de los empresarios y terratenientes, preocupados por salvar sus vaquitas sin importarles que los “indios” se ahoguen, desnuda también la debilidad y precariedad de los medios estatales, la inoperancia e ineficacia del gobierno nacional como de las prefecturas, incapaces de prever y actuar ante un desastre anunciado desde el año pasado, pues se sabía que “la Niña” se presentaría.
Ante la catástrofe, hacen faltas medidas inmediatas: expropiación de las existencias de alimentos, materiales, medicamentos, etc., que acaparan las grandes empresas, para abastecer de inmediato las necesidades. Comités de afectados pobres para controlar el reparto de la ayuda, controlando un Plan de reconstrucción y de obras que dé trabajo digno y regular a todos los que quedaron desocupados por el desastre, disponiendo para ello los recursos que el Estado mantiene inmovilizados en las reservas internacionales y el Tesoro Nacional, así como no pagando la deuda externa. Reforma agraria radical e inmediata para reubicar a los pequeños productores en tierras adecuadas y seguras.