Una política revolucionaria para que el proletariado Acaudille a la nación oprimida
Desde nuestro punto de vista la necesidad de construir una nueva organización que rompa con la lógica política acuñada durante décadas por toda la izquierda, basada en la presión “in extremis” sobre los distintos regímenes burgueses, se convierte en una necesidad impostergable.
No existe posibilidad de que la clase obrera logre retomar efectivamente el papel político centralizador de la lucha del conjunto de los explotados y oprimidos sino es peleando por la independencia política de la clase obrera y sus organizaciones, expresado esto en un programa de reivindicaciones transitorias que vuelva a colocar a la clase obrera boliviana como caudillo del conjunto de la nación oprimida. Esta es la única política con la que cobra sentido defender la hegemonía proletaria en la COB. Con burócratas que resuelven todo en pactos sectoriales, con cada vez menos sectores participando activamente de las huelgas generales indefinidas, sin ninguna perspectiva de lucha clara para los millones de trabajadores y campesinos, denunciamos claramente que la utilización de la defensa de la “hegemonía proletaria” de la COB sólo esta al servicio de mantener la hegemonía de la burocracia dirigente. La única manera de que la clase obrera actúe verdaderamente como centralizadora y dirigente de las luchas del conjunto de los explotados es levantando una política revolucionaria contra los planes de recolonización de la burguesía y el imperialismo.
En estos momentos, en que la burguesía intenta encontrar una salida a la creciente recesión aplicando una nueva vuelta de tuerca a la flexibilización laboral buscando extenderla a los sectores aún no afectados plenamente por ella, nuevamente la burocracia sindical se niega a levantar un programa que una las filas del proletariado contra el ataque patronal. Limitando las movilizaciones a la defensa de la Ley General del Trabajo, no se plantea la mínima salida a las amplias capas de contratados, precarizados y desocupados del movimiento obrero que ya se encuentran completamente flexibilizados. Consignas tales como reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles sin bajar el salario, deben convertirse en el grito de guerra contra los intentos de mayor esclavitud, así como la única posibilidad de unir a los sectores que aún gozan de las conquistas previas al 21060 con la enorme masa de trabajadores que no encuentran respuesta en el balbuceante sonido de defender la Ley General del Trabajo, como así también dotar a los trabajadores frente a los crecientes despidos, de un instrumento por el cual pelear para la defensa de las fuentes de trabajo. El conjunto de las empresas capitalizadas ha realizado en el último tiempo grandes ganancias basadas en la super explotación de los trabajadores que aún quedan en las mismas. Frente a esta situación la pelea por la renacionalización sin pago y la puesta en marcha bajo control obrero directo del conjunto de las empresas capitalizadas debe convertirse en una tarea clave del movimiento obrero y popular.
La necesidad de romper el aislamiento en que se encuentra la clase obrera del resto de las capas oprimidas de la ciudad y el campo se convierte en una tarea impostergable, máxime en momentos en que estas capas empiezan a sentir el látigo de la recesión, debilitando la alianza de clases con la burguesía, forjada una década atrás, y que empieza a manifestarse en la profundización de la crisis del régimen. Los crecientes y últimos conflictos estudiantiles, docentes, de productores agrarios y gremiales del año pasado son muestras vivas y embrionarias de este proceso de realineamiento. Consignas tales como el no pago de la deuda externa, la nacionalización de la banca y su centralización en una banca nacional única, controlada por los mismos trabajadores y que termine con el jolgorio financiero para poder otorgar créditos baratos a los pequeños productores y comerciantes urbanos, así como al movimiento campesino que no puede escapar de su endémica pobreza, permitirían ir rompiendo el aislamiento obrero en la búsqueda de una alianza de clases obrera y campesina en un sentido revolucionario.
Así también la necesidad de que el movimiento obrero tome como propias las banderas más urgentes del campesino contra la erradicación de la hoja de coca y por su libre cultivo, comercialización e industrialización deben ser parte de un conjunto programático que incluya la pelea por la nacionalización de la tierra para que el movimiento campesino pueda acceder libremente a la misma, así como lograr sobre la base del control obrero del conjunto de la economía empezar por desarrollar una política de creciente industrialización agraria. La necesidad de que el proletariado levante la defensa de los derechos democráticos de los pueblos originarios [1], como son el de la autodeterminación, es una pelea que forma parte del conjunto de demandas democráticas radicales, como plantea la táctica leninista y el programa de transición.
Sin embargo el carácter revolucionario de tales consignas no está dado por su mera y simple formulación, cuestión que el lorismo ha realizado parcialmente a lo largo de 50 años, sino que deben estar articuladas e integradas a impulsar audazmente cada vez que las masas salgan al combate una política de autoorganización obrera y de las masas en lucha -como Comités nacionales de huelga, coordinadoras de sectores en lucha, comités de fabrica, comité de bases, comités de autodefensa, etc., etc.-, que permitan al proletariado desembarazarse del control de los burócratas reformistas e ir moldeando el desarrollo, en perspectiva, de organismos de poder obrero (soviets). Esto no implica dar la espalda a los sindicatos, sino pelear en su seno por el desarrollo pleno de la democracia obrera y por dotarlos de una dirección revolucionaria. Sostenemos, como dice Trotsky en el Programa de Transición, que es necesario “esforzarse constantemente no sólo en renovar la dirección superior de los sindicatos, proponiendo valiente y resueltamente, en los momentos críticos, a dirigentes combativos en lugar de los funcionarios rutinarios y de los arribistas, sino también en crear, en todos los casos posibles, organizaciones de combate independientes que se adapten más estrechamente a las tareas de la lucha de masas contra la sociedad burguesa, no titubeando, si es preciso, ni siquiera ante la ruptura abierta con los aparatos conservadores de los sindicatos. Si es criminal volver la espalda a las organizaciones de masa para alimentar tinglados sectarios, no lo es menos tolerar pasivamente la subordinación del movimiento revolucionario de masas al control de camarillas burocráticas abiertamente reaccionarias o disimuladamente conservadoras (‘progresistas’). Los sindicatos no son fines en sí sino medios a lo largo del camino de la revolución proletaria”( [2]).
Los marxistas revolucionarios estamos convencidos de que la resolución definitiva del problema agrario y nacional pasan porque los resortes de la economía y la política nacional dejen de estar en manos de la burguesía y el imperialismo, ya que como lo demostró la experiencia del ‘52, la industrialización del campo y el país solo se puede lograr poniendo en manos de los obreros y campesinos las fábricas, bancos, minas, tierras y todo el aparato productivo nacional, es decir, en última instancia imponiendo un gobierno obrero, campesino y popular (dictadura del proletariado). El proletariado, que para hacerse del poder está obligado a enarbolar las reivindicaciones democráticas de la nación oprimida (tierra a los campesinos, liberación nacional, etc.), al ejercer su dictadura sobre las clases que han saqueado la nación manteniendo en el atraso y el hambre a la gran mayoría de los obreros y campesinos, deberá, inevitable y repentinamente, transformar profundamente el derecho de propiedad burguesa. Con ello, como señala Trotsky, “la revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente”.
Esta perspectiva por la que luchamos sólo cobra sentido pleno como parte del combate del conjunto de la clase obrera latinoamericana por la Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina, y del proletariado mundial por acabar con la dominación imperialista.
Es para lograr estos objetivos que peleamos por que sea la clase obrera la que tome en sus propias manos las demandas del movimiento campesino, y demuestre en las calles que esta dispuesta a llevarlas hasta el final, ya que la clase obrera no podrá tampoco resolver sus demandas en forma definitiva si no es como parte de acaudillar tras de sí a las grandes mayorías nacionales imponiendo su propia dictadura.
El Chapare: contra la negociación, oponer una estrategia revolucionaria
Durante la ultima década, la lucha alrededor de la hoja de coca entre el gobierno y los campesinos, ha convertido al Chapare en una de las zonas de mayor conflictividad social, donde reina un clima de guerra civil larvada que muestra a su vez la indisolubilidad del problema agrario y la necesaria lucha contra el imperialismo. El Chapare ha permitido verificar que toda la izquierda moldeada según los esquemas de Yalta, trátese de centristas “trotskistas”, guevaristas, indigenistas, etc., no estuvo a la altura de las circunstancias; viviendas incendiadas, cientos de asesinados, torturados, mujeres violadas, mutilados están para testificarlo. Es necesario plantear una respuesta proletaria revolucionaria, que permita desarrollar la alianza obrero-campesina, en el lugar donde venimos presenciando los combates más duros contra el imperialismo en nuestro país.
La penetración imperialista en la última década en nuestro continente ha sido justificada y financiada como parte de la “lucha contra el narcotráfico”, descargando el ataque central de tal política sobre el campesinado latinoamericano. Durante 1998 alrededor de 2700 soldados y oficiales de tropas especiales de Estados Unidos fueron desplegados en 19 países latinoamericanos y 9 del Caribe para el entrenamiento de “lucha contra el narcotráfico y contrainsurgencia”( [3]).
Sin embargo, como hemos presenciado luego de todos los grandes escándalos por narcotráfico en nuestro país, lejos de ser los campesinos lo que usufructúan este negocio, han sido miembros de la burguesía, agentes del gobierno y del estado y, por último, miembros de las mismas fuerzas armadas, los involucrados. Tras la política de “lucha contra el narcotráfico” lo que se esconde es en realidad una guerra de “cartels”, por el control de las millonarias sumas de dinero que se extraen, haciéndole pagar al campesino los costos de la “única multinacional latinoamericana”.
Los marxistas revolucionarios decimos claramente que si bien nos negamos a tener una actitud seguidista de las actuales direcciones campesinas, tampoco estamos por tener una actitud abstencionista frente a los actuales enfrentamientos en el Chapare. Sostenemos que la posibilidad de imponer las actuales demandas del movimiento campesino, como el libre cultivo, comercialización e industrialización de la coca, sólo puede venir de un combate contra el imperialismo norteamericano y sus agentes. Peleamos porque la clase obrera sostenga las demandas del campesinado con el objeto de forjar la alianza revolucionaria de obreros y campesinos.
La pelea por tirar abajo la ley 1008, y arrancar de la cárcel a los campesinos presos por enfrentar los planes de los gobiernos se convierte en una tarea de primer orden, combatiendo la estrategia de negociación y defensa de esta Ley por parte de Evo Morales. Hay que centralizar y coordinar el armamento de los comités de autodefensa, desarrollando una política para generalizarlos al conjunto del movimiento campesino.
Sin embargo, este combate debe acompañarse con la organización en primer lugar del proletariado agrícola, peones, zafreros y partidarios, los campesinos pobres, en forma independiente, para disputar de esta manera la actual conducción del movimiento. Es necesario combatir la estrategia de negociación actual, que sólo permite y prepara nuevas y más masacres. Es necesario combatir la estrategia colaboracionista con el régimen de las distintas organizaciones dirigentes campesinas y obreras (y la abstencionista del POR), única forma de ir forjando una organización que sea capaz de canalizar al movimiento campesino detrás de la estrategia del gobierno obrero campesino y popular, basado en los mismos organismos de lucha del movimiento de masas, de características soviéticas, y sostenido por milicias de obreros y campesinos.